Por: Diego Catatumbo
Ah, la política colombiana, ese teatro tragicómico donde, al parecer, los actores se ponen y quitan máscaras (o sombreros vueltiaos) según convenga la función del día, y algunos suele hacer óperas bufas, para su desfachatez. Si hay algo que hemos aprendido en este último acto, es que Salvatore Mancuso, ese sanguinario exjefe paramilitar, que quiere pasar de ser el gran villano que ensangrentó al país a convertirse en el «gestor de paz» con un aplauso—irónico, pero aplauso al fin de una parte de la sociedad. Y es que no hay nada más colombiano que convertir a un viejo verdugo en la estrella de un nuevo show político, pero en el que tratan de ocultar que finalmente lo que antes se hizo a punta de fusil, hoy se quiere corregir a punta de diálogos, aunque este pueda incluir ahora fotos sonrientes.
Ahí lo vimos, en Montería, junto al presidente Gustavo Petro, ambos intercambiando sombreros, ese gesto tan emblemático de la costa Caribe. Y a pesar de la andanada de críticas y vituperios que esto desencadenó, ¿Será que esto es peor que las cenas y fiestas con “El Matarife” Uribe en la Hacienda El Ubérrimo donde acordaban despojos y masacres? Porque, si lo pensamos bien, a la derecha colombiana le encantaba Mancuso en sus años dorados como Comandante de asesinos. Aplaudido en el Congreso, recibido como un salvador, mientras sus huestes despojaban campesinos y desaparecían personas, con la anuencia de una élite que siempre ha mantenido el poder mediante el asesinato y el latrocinio.
Pero claro, ahora resulta que les da urticaria ver a Mancuso en público, recibiendo un reconocimiento oficial relacionado con la paz y no con la guerra. Los mismos que lo aplaudieron antes, ahora fingen horror porque el exjefe paramilitar, que en sus buenos tiempos fue el «héroe» del orden, ha decidido contar la verdad. Y qué verdad tan incómoda para muchos, ¿no? Porque, si seguimos la lógica de Álvaro “El matarife” Uribe, la paz no es más que «un teatro de compadres». Interesante observación, viniendo de alguien que, durante su gobierno, utilizó esa misma lógica para firmar un acuerdo con los paramilitares… aunque claro, sin sombreros intercambiados, solo con extradiciones para que el chisme no llegara muy lejos.
Y hablando de tierras, ¿qué decir? Petro y Mancuso, los dos exenemigos, ahora trabajan juntos para devolver lo que nunca debió ser robado. Tierras que, irónicamente, pasaron de las manos de los paramilitares a las de políticos y empresarios que sin mayor problema las recibiero, pero ahora se rasgan las vestiduras cuando se corre el velo y se sabe que esas tierras que estaban poseyendo eran robadas a los campesinos de Colombia. Como quien juega al Monopoly en versión criolla, pero esta vez con vidas humanas y hectáreas productivas como las fichas. La derecha, fiel a su tradición, se ofende ante la entrega de tierras a los campesinos, olvidando que fueron ellos mismos, los «honorables», quienes dejaron que esas mismas tierras pasaran a manos de mafiosos y del Clan del Golfo.
Ah, la historia de este país es circular. Las mismas élites que otrora se beneficiaron del saqueo ahora denuncian el retorno de lo robado. Parece nostalgia, la ira de quienes ahora lo ven como el villano del día, olvidando que, cuando hacía el trabajo sucio, era su favorito y lo invitaban al Congreso a dar discursos contrainsurgentes.
Y así seguimos en Colombia, entre aplausos y abucheos, entre sombreros y declaraciones altisonantes. Sin embargo hay una diferencia, los campesinos, esas víctimas de siempre, reciben al fin un pedazo de justicia. Y eso, aunque le duela a la derecha, aunque les revuelva el estómago a los antiguos aliados de Mancuso, cabales y matarifes, devolverle la tierra a los campesinos es algo que hay que celebrar.
Porque, al final del día, la verdadera bufonada es esa, la de una derecha que se indigna cuando las piezas del tablero no juegan a su favor y se les desacomoda peligrosamente a sus intereses la partida.
Mientras tanto aunque no olvidamos, si le damos la bienvenida a la verdad y la reparación de las víctimas, Salvatore Mancuso no es un héroe reciclado, es un criminal que viene reconociendo el horror y las atrocidades que produjo en intento de encontrar en el perdón social, la redención que no le dio la cárcel. Mientras tanto dejemos que la derecha y el Uribismo sigan su show, como el preludio de su debacle.