Por Diego Catatumbo
Hay silencios que gritan más fuerte que mil palabras. Ese parece ser el caso de la pérfida procuradora saliente, conocida como Margarita “lavaperros” Cabello, quien prefiere no ver, no escuchar, y mucho menos pronunciar el nombre que flota en el aire como el espectro de un caballo de Troya: Pegasus. La escena parece salida de una novela negra; el país entero arde en rumores, titulares y denuncias sobre el espionaje ilegal que habría cruzado fronteras y violado la privacidad de miles de ciudadanos, pero la procuradora insiste en que no hay pistas, ni rastros, ni órdenes oficiales que indiquen que la administración de Iván Duque haya dado luz verde para la compra de este software.
Sin embargo, los documentos hablan, aunque ella prefiera no apreciarlos. El 27 de junio y el 22 de septiembre de 2021, en plena turbulencia política, dos vuelos con pilotos israelíes aterrizaron en Bogotá. Con ellos traían más que su tripulación: millones de dólares en efectivo, transferencias que tienen un rastro cibernético, que pretendían disolver en la oscuridad con una precisión quirúrgica. Por eso la procuradora afirma que todo es humo y espejos. “No hay rastro oficial”, insiste una y otra vez, y uno no puede evitar recordar a los cómplices del Don en esas películas de mafiosos que negaban toda relación con el crimen, mientras sus huellas descansaban en cada escena del delito.
Margarita Cabello, ese personaje oscuro, que mueve discordante, desde la impunidad que le da su investidura, las cuerdas del poder para mantener impunes a los responsables del desfalco y el desangre de este país, esta Procuradora Criminal se muestra impasible frente a las evidencias y cuestionamientos que se amontonan.
Sin embargo hay gente que resuma valentía y dignidad, como el senador Iván Cepeda, que el 29 de octubre amplió su denuncia, detallando supuestas conexiones entre la administración de Duque y la compra de Pegasus, apuntando a un uso clandestino del software con fines de espionaje político. ¿Pero qué dice la procuradora? Nada. Cabello, quien fue designada por el mismo gobierno que ahora está bajo la lupa, mantiene la narrativa de la ignorancia intencional.
Las redes sociales hierven. Cecilia Orozco y otros periodistas, como Gonzalo Guillén, no se guardan el veneno: “La señora sinvergüenza declara que ‘no tiene pistas’ de que el gobierno Duque comprara el espía Pegasus. ¿Qué va a querer encontrarlas si es procuradora por Duque y si su asesor de seguridad es el general Mujica?”. La acusación es tan directa que el eco se escucha hasta en la última esquina del país, y con razón. A la jefa del Ministerio Público le llueven preguntas: ¿a quién realmente protege cuando asegura que no encuentra nada?
La escena se enreda más. Un nuevo capítulo de esta trama nos revela los viajes de altos funcionarios de la Fiscalía, quienes, bajo la supuesta “modalidad de vacaciones”, aterrizan en Israel. Ahí, un tal Luis Fernando Lozano Mier y Gineth Romero afianzan los lazos con proveedores israelíes, quienes al parecer ofrecieron una versión mejorada de Pegasus, un software sin rastro, perfecto para quien quiere espiar sin ser descubierto. La investigación se transforma en una maraña de pasillos oscuros, conversaciones en susurros y miradas de reojo. Y mientras tanto, la procuradora Cabello repite: “No hay nada oficial”. Los periodistas y críticos se preguntan si acaso el papel de Cabello es, como insinúan algunos comentarios, actuar como “la escudera de los grandes narcos” o, mejor dicho, de aquellos poderosos que prefieren que la verdad no salga a la luz.
El Presidente de Colombia Gustavo Petro, desde el único espacio que tiene para expresar masivamente su opinión en la red social X, cuestiona a quienes minimizan el escándalo y demuestra que la compra de Pegasus representa un atentado contra los derechos democráticos de todo el pueblo colombiano. “Si lo dice por la compra de Pegasus, creo que es la derecha colombiana la que odia el proyecto democrático y el respeto a los derechos humanos”, le responde a un trino de Alvaro “El Matarife” Uribe, mirando de frente al pasado reciente, como quien sabe que en la batalla por la memoria, la amnesia institucional es el enemigo a vencer.
En esta página de la historia del espionaje colombiano vemos figuras que se mueven en las sombras y que manipulan el sistema a su conveniencia. La procuradora “Lavaperros” Cabello, el expresidente “el bobo” Duque, el General AJUA Zapateiro, el mismo que pidió un minuto de silencio por la muerte del jefe de sicarios del Cartel de Medellín, alias Popeye, y los ministros y directores de seguridad del Gobierno Duque, todos se deslizan como sombras en un tablero donde el juego parece decidido de antemano: se traa de romper la democracia colombiana.
La verdad, esa que ilumina pero también quema, permanece encerrada en despachos, escondida tras cortinas de opacidad burocrática. ¿Qué papel juegan en esto las investigaciones truncas y los archivos que nunca se abren?
Mientras los ciudadanos esperan respuestas, en la Casa de Nariño la historia se va escribiendo sola, con la tinta de la sospecha y el silencio. Este es solo el tercer capítulo de una serie que promete más revelaciones. Lo que sigue no es la solución de un enigma, sino el principio de una guerra silenciosa por el control de la verdad.
Pegasus, el caballo de Troya digital, sigue rondando nuestras vida cotidiana, vigilante, entrometido y mientras la procuradora Cabello y sus compinches siga sin encontrar “pistas oficiales”, el espionaje y la violación de derechos seguirán siendo fantasmas que caminan a plena luz del día. Continuará…
Esta es la tercera entrega de una serie de crónicas con las que vamos a destapar todo un entramado de corrupción global y atentados contra los derechos civiles y políticos del mundo libre. Los gobiernos, sus agencias de inteligencia, y corporaciones están violando nuestra privacidad y libertad en nombre de la «seguridad». Pero la verdad, como bien sabemos, siempre encuentra su camino.